Me pone tan triste la sensación
¿o digo la consciencia?
de no pertenecer
No pertenezco a este mundo donde me exigen encajar
Fui a vivir a otro mundo
un mundo mágico de cuentos de hadas
donde parece haber un lugar
en el que también yo
puedo ser, estar, aportar
–¿Te resuena lo que describo en este poema?, te pregunto.
–En parte sí. Pero no creo que exista ese lugar donde me vea aportar algo.
Entiendo tu sentir, –te digo, –nos criamos en una sociedad donde había que encajar para pertenecer. Es duro y doloroso la sensación de no pertenecer. ¿Pero sabes qué? Cada vez hay más personas que se rebelan. Sobre todo los jóvenes. En los colegios, los maestros ya no pueden seguir con sus viejas estructuras. Hay demasiados niños con capacidades especiales y creativas.
–Tengo 43 años. Para mí es tarde.
–¿Quién dice eso?
–No he logrado nada en mi vida.
–¿Qué es para ti lograr algo?
–Terminar algunos estudios. Un buen trabajo. Una novia. Quizás ser padre.
–Vamos por paso. ¿Qué desearías estudiar si estuvieras ahora mismo en un mundo mágico donde puedes pedir cualquier cosa?
–No sé. En realidad, no creo que vaya a terminar nada. Empecé muchas cosas y no terminé nada.
–¿Cuál es tu deseo? ¿Dónde te gustaría estar? Imagina que lo pudieras pedir a un hada.
–Me gustaría mucho tener un pequeño local donde hay musica chula, donde exponen obras de arte y haya buen vino. Un lugar de gente que quiera intercambiar su filosofía, sus pensamientos e ideas. Donde haya debates sobre diferentes temas. Eventos culturales, teatro…
–¡Qué bonito proyecto!, te digo. –Me encanta. Yo colaboraría en tu proyecto. También he soñado con que exista un lugar de estas características. Para que la gente se encuentre y pueda compartir sus ideas.
–Ya. Pero eso existe solo en tu cuento de hadas.
–¿Qué te impide crear algo así? Recuerda que las cosas no se hacen en un día. Pero piedra a piedra se han hecho castillos.
–De niño, creaba castillos en mi mente. Y me perdí tanto en ellos que dejé de tener buenas notas. En primaria tuve casi todo 10. Pero luego ya decaí.
–¿Qué pasó?
–No lo sé, solo sé que luego con 15 años entré en depresión. Estuve 6 años con un psicólogo.
–¿Qué pudiste aprender con el terapeuta?
–No sé.
–Muchos niños se cierran cuando no se sienten comprendidos. Parece que toda la riqueza creativa que atesoran se queda en un estado de congelación. O al menos, adormilado.
–La bella durmiente, –me dices, con una pequeña sonrisa.
–Te brillan los ojos al recordar la bella durmiente. ¿Te gustaba este cuento?
–Leí muchos, no es por el cuento en especial. Pero parece tener sentido. Me dormí literalmente desde que entré en la adolescencia. Lo que cuentas tiene sentido. No he encontrado mi lugar. No pertenezco a este mundo.
–Si supieras que hubo y hay muchos niños y niñas con sentimientos de no pertenecer, ¿cambiaría algo?
–No conozco a nadie como yo. En mi familia, todos lograron adaptarse.
–¿Estás seguro?
–La verdad es que nunca hablé con mi gente de ello. Solo escucho las quejas de mis hermanas de que no hago nada, de que no quiero crecer, de que soy un fracaso.
–¿Cómo te hace sentir que te hablen así?
–No sé.
–¿No sabes lo que sientes?, –te insisto.
–Intento sentir lo mínimo.
–¿Cortas tus emociones porque te duele demasiado, en realidad?
–Sí. –me dices, y cada vez se te hace más difícil mantener el tipo.
Como terapeuta, celebro la muestra de emoción en tu expresión. –Está bien sentir el dolor, –te digo. –Nos hace humanos. Nos acerca a los demás.
–A mi familia no me acerca, –replicas, cerrando los brazos.
–Es posible. ¿Y para qué quieres acercarte a tu familia si no quieren abrirse a ti?
–No sé, es mi familia.
–Y te gustaría que te entiendan…
–Sí.
–Y que fueran como tú…
Me contestas encogiendo los hombros.
–Hay personas que viven su vida adaptándose a las reglas impuestas por la familia, la escuela, la sociedad en general. Esas personas son moldeables. Tú quizás no eres como este tipo de personas. Y hay otras personas que son un poco más parecido a ti.
Me echas una mirada, incrédulo.
–Hay muchos niños y niñas que quieren salirse de las estructuras rígidas. Para ellos son moldes inamovibles que le impiden ser. Seguir su flow creativo. Aquellos que han encontrado una manera para romper esa armadura impuesta, han llegado a ser grandes artistas, inventores, creadores en general. Los que no encontraron la manera, han tocado fondo en algún momento. Y algunos, en un proceso terapéutico, han podido descubrir su talento, entender su triste sensación de no pertenecer, y han encontrado su huequecito en el mundo.
–Yo no.
–Aún no. Ahora te pido que me contestes a una pregunta. ¿Tú quieres encontrar ese hueco? ¿Ese espacio donde tú puedes ser y estar?
–Supongo que sí.
–El tema es que si te aferras a tu tristeza y frustración de que no hay ese lugar para ti, no lo podrás encontrar. ¿Y sabes qué?
Me miras, con expectativa. Yo me quedo pausada, respirando tranquila, tomándome tiempo.
–Díme, –me dices, casi impaciente.

–Ese lugar está dentro de ti. Es un espacio sagrado. Tus castillos que creaste en tu infancia, eran ese espacio. Pero por el dolor que sentiste de no poder compartir, lo abandonaste, forzándote a ser otra persona. Obligándote a dejarte moldear. Y tal vez – tal vez, te digo, no lo sé – no estás hecho de un material que se deja moldear. Hay materiales que se dejan, y otros que no, nos lo dice la física, ¿cierto?
Sonríes y me explicas detalles de la física de materiales que a mí, que soy de letras, se me escapan. Me maravilla la luz en tus ojos cuando cuentas algo que te entusiasma.
–Entonces, –te digo para resumir, –¿qué me dices? ¿Quieres encontrar tu portal hacia tu propio castillo y compartirlo con seres que supieron crear el suyo?
–Me gustaría, sí.
–Durante un tiempo puedo servirte de guía en tu camino y fabricar contigo algunas herramientas para construir y crear tu vida.
–Es un buen plan.
–Hará falta un poco de disciplina y habrá que despertar al guerrero que duerme dentro de ti. Ese será capaz de hacer frente a los monstruitos que te quieren convencer de que ya es tarde y de todas estas ideas que oscurecen tu camino.
–Me gusta esta imagen del guerrero en ti.
Dejo un espacio para el silencio. Respiro y dejo que se asienta todo lo que se movió energética y emocionalmente. Pareces agradecer el silencio. Me gusta ver más luz en tus ojos, una luz de esperanza.
–¿Cómo te sientes?, –te pregunto tras ese rato en silencio.
–Bien, –me dices con una sonrisa tímida. –Con ganas de construir.
–Qué regalo, –te digo. Siento mucha gratitud y una alegría profunda. Conozco muy bien ese lugar donde te encontrabas.
…. tal vez a ti también te suena. O tal vez no. Somos seres tan únicos e irrepetibles, tan delicados y a la vez tan enormemente capaces de salir de la oscuridad. Quizás incluso encontraremos alas para volar hacia el castillo donde pertenecemos, y dejamos de buscar fuera lo que siempre ha estado ahí. Ahí dentro.
Fotos de: Cederic Vandenbergh y Johannes Plenio en Unsplash