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No es culpa tuya.
No lo fue cuando eras niña
Ni lo es ahora 

Él se enfada
y de niña creíste
que hiciste mal
y tú
te empeñabas en hacerlo mejor
la proxima vez

tanta tanta presión
por no fallar
por ser querida
tanto tanto luchar
para evitar
que papá se vuelva a enfadar
contigo
con mamá
con tu hermano

tampoco es culpa tuya
que te tocó en tu zona más íntima
que te dolió
que gritaste
que te defendiste

no es culpa tuya
que hoy
defiendes a tu hija
que hoy
pones límites
y paras a los que dañan
a otros niños
y niñas
inocentes

no es culpa tuya
que a veces hoy
te exiges demasiado
te maltratas
te enfadas

contigo
con tus queridos
con cada drama
con cada nuevo ataque
de fuera

con cada brote de ira
de dentro

tienes la oportunidad
de despertar
y comprender un poco más
que no es culpa tuya

Ni suya
Ni mía

–Pero sí es culpa suya, ¿no? Lo que nos ha hecho, no está bien.

–El problema no es si está bien o mal. El principal problema es que creíste que eras la mala, la culpable, la que hizo mal. Es lo primero que tu pequeña ahí dentro, la niña interior, debe comprender: no es culpa tuya. Y para que lo comprendas, no es necesario culparle a él. No es la cuestión. Nunca es cuestión de culpables.

Me miras y respiras en silencio. 

Qué bien que no tengas palabras, pienso, sin decir nada. Dejándote espacio para asimilar. 

Sé lo difícil que es no juzgarle. Por supuesto que no está bien, y si ahora fueras niña, él tendría que responder ante la justicia por abuso y maltrato. Pero esa no es la cuestión ahora. Durante demasiado tiempo, la vergüenza y la estrategia de supervivencia de la niña que hay en ti han impedido comprender lo que realmente ocurrió desde eras niña, adolescente y joven adulta. Has decidido poner límites. Ahora dices no. Esto no puede seguir así. Se acabó. Te proteges a ti y a tu joven familia. Rompes el patrón.

–¿Cómo te sientes?, –pregunto, tras un rato en silencio. 

–Respiro bien, –me dices. –Aliviada por saber que no tengo la culpa. Me quedo con eso para hoy.

Fue un proceso en el que te abriste y permitiste que te acompañara. Un paso difícil y doloroso. Aun así, un paso adelante que te permite desprenderte de la carga que has llevado encima durante tanto tiempo. 

En el proceso, visualizamos imágenes internos. Cada uno de tus queridos representaba un árbol. El tuyo un cerezo en flor. Flores rosas, un tronco fuerte, con profundas raíces. En lo alto, a través de las ramas, te abrazas al árbol que representa tu amado esposo. Un almendro en flor. Flores blancas preciosas. Tu niña, muy unida a ti, crece en el cobijo seguro que os rodea. Rodeado por el rosal de la bella durmiente, vuestra joven familia es un espacio seguro. 

Siendo niños, tenemos una enorme capacidad para sobrevivir

Es bueno y sano asegurar tu propio espacio seguro y sagrado. No hay necesidad de culpar a nadie. Él también fue víctima, también fue un niño inocente que vio y experimentó violencia de la que no se pudo defender. 

Culpar al agresor no nos va a ayudar a sanar la herida de la infancia. Lo que nos ayuda es crear un espacio seguro tanto en tu interior como en tu exterior. 

Ahora eres adulta. Ahora él ya no puede hacerte daño. No obstante, las voces internalizadas del trauma siguen amenazándote desde el interior. El mayor reto es negociar con esa voz, esas voces internas, y cambiarlas por nuevos mensajes. Poco a poco lo escucharás y confiarás un poco más. ‘Todo está bien. Estoy segura y sé protegerme y cuidarme. No es mi culpa. Ya pasó.’

 

…Ya pasó. No es fácil hacerle entender al cerebro traumatizado que está a salvo. Es un proceso. Si sientes que hay cosas que bloquean tu vida y tu sentir, estoy encantada de acompañarte. 

Fotos de: Senjuti Kundu y Hector Reyes en Unsplash